Extracto de la disertación de Miguel Marlaire en el
espacio Misterio y Palabra realizado en la S.A.D.E. el día 26 de mayo de 2017
La obra de
Rubén Vela comienza en sus jóvenes 21 años, allá por 1949, y se estructura a
partir de 1953 con “Introducción a los días”. Estos primeros escritos ya
establecen las pautas generatrices que inervan toda su obra hasta la fecha. En efecto, en esos momentos nos describe el
tedio y la muerte como elementos que le opacan la visión de lo inmanente,
sintiendo no obstante una fuerte atracción por lo trascendente.
Las
expresiones de sus escritos tempranos sintetizan su sentimiento al iniciar una
vida que aún no fijaba un objetivo ni una utilidad sentida. Nace entonces un
vacío interior muy difícil de llenar. Anhela una revelación divina que cubra el
faltante de una dirección necesaria para la comprensión del fenómeno
existencial. No alcanza aún a comprender el porqué de esta carencia. Esto lo
rebela ante el orden existente.
En sus escritos
tardíos de los años 2011 al 2014, encontramos en “Memoria antigua” algunos
elementos de sus recuerdos de la rebeldía juvenil expresados desde la
aceptación fáctica:
Dios está arriba
El
hombre está abajo
Dios
es Dios
Dios
se ha olvidado del hombre[i].
Ese contacto con
el misterio lo ha llevado al fin al encuentro con sus más profundos
sentimientos y vivencias. Nada quedó asegurado, la madurez resulta un espacio
terrible, carente de inocencia, desprovisto de encanto. La invasión del
espíritu irrumpe en el jardín de hielo, y
lo que se piensa concluido no lo es. Todo debe ser reiniciado permanentemente,
no hay punto de apoyo, y lo pasado pesa y duele. Esa música que no es tal es el
leit motiv de su vida de intensa búsqueda, es su contacto con lo insondable,
con la infinitud que puede aterrar tanto como admirar.
Este testimonio
de una intensa vida espiritual reflejada en el poema, nos muestra un trabajo
arduo y sin pausa con un delicado estilo descriptivo que emociona, conmueve y
suscita la más profunda de las reflexiones.
Miguel Fernando Marlaire